Tenía en la nevera sólo un yogur y estaba caducado. La mujer sujetaba la puerta, mientras el olvido lo inundaba todo empañando la realidad.
A veces llamaban al timbre y aparecía gente conocida y en su mente se encendía una luz. La vida casi volvía a la normalidad hasta que anocheciendo, se ponían el abrigo y se marchaban entonces la casa se llenaba de ausencia.
Mientras el tiempo se pasaba tropezando entre borrones, su vida se desbordaba de nada.
Ella necesitaba sus dosis de recuerdos pero se le escapaban sin remedio cada día más deprisa.
En pocos meses su cabeza y su vida se quedaron vacías y en un suspiro se le murió el alma.
Yolanda Tejero
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