El hombre de la camisa gris lleva en sus ojos el reflejo del condenado a muerte. No paran de lloverle recuerdos en el corazón. De los de antes de su partida, de cuando él aún sabía reír.
Ellas siguen ahí debajo de esa silla, solas y abandonadas. El no retira la vista del par de botas, mirando sin verlas. Se reconoce en ese cuero gastado y deslucido, que a modo de espejo refleja su rostro ajado y triste. La derecha aguanta la suela levantada, como su barbilla altiva y firme de antaño. La izquierda tiene la puntera combada y él distingue su mentón cabizbajo y vencido de ahora. Los agujeros vacíos sin cordones se convierten en sus ojos sin brillo y llenos de espanto. El miedo que siente carece de buena memoria. El hombre lo aprende de nuevo cada vez que vuelve y siempre se asusta.
Contempla el par de botas y el cristal de la ventana le devuelve su cuerpo derrotado, sentado al borde de la cama con los pies colgando solos y desnudos. Las manos tapando sus oídos, moviendo la cabeza de manera torpe y brusca. Desde la otra esquina de la solitaria habitación se puede oír el estallido de las bombas.
Yolanda Tejero