Piso la moqueta verde con mis pequeños zapatos de salón que me aprietan vorazmente pero me dan una seguridad que no tengo, mis 18 años no me lo facilitan mucho. Voy embutida en ese vestido azul de inocente cuello blanco y ceñido varios pasos más allá de la leve insinuación. Me gusta apoyarme en el viejo archivador marrón cuando busco o guardo papeles. En silencio te reprocho tu indolencia. Desde aquí te contemplo, veo tu cabeza rodeada de esa nube perenne de gravedad, mientras estudias los documentos del nuevo proyecto. El teléfono en tu mesa suena estridente y con gesto educado me pides que conteste. Descuelgo y te miro con los ojos cargados de rímel y los labios saturados de rojo. No es el Sr.Hopper, sé que es la llamada que esperas, entonces niegas con el dedo y yo cumplo tu orden e invento una buena excusa para no pasarte. Hoy no ha telefoneado, hay días que lo hace varias veces. Siempre es muy simpático al otro lado del receptor.
Recojo los documentos que debo mecanografiar, me siento en la pequeña mesa y tecleo deprisa. Los revisas y me los devuelves con toda cortesía cuatro veces seguidas. Eres un jefe exigente y perfeccionista. El borrador deja huella en el papel. Me explicas los motivos de la importancia de una buena presentación. Llamas para que nos traigan café y descansamos unos minutos. Me regalas un cumplido por mi nuevo peinado y dices que me favorece mucho y resalta mis ojos. Hablamos de todo un poco, me cuentas el último estreno de Brodway, "Anything Goes" de Cole Porter. Pones tanto ímpetu, que casi oigo su piano y las voces de los actores. Con las últimas anécdotas y salidas de tono de los jefazos de la junta de ayer haces una comedia de humor inglés.
Te admiro más que esta mañana y seguro menos que al final de la noche, mientras tú me miras con afecto. Tal vez hoy me acompañes como otras tardes hasta la parada del bus. Ya se ha hecho muy tarde, puede que incluso me lleves a casa.
Terminamos el último donuts y continuamos la tarea. Es de noche y enciendes además la lámpara verde de tu mesa. Han pasado un par de horas y sigo tecleando. Se oye el ruido monótono de las teclas mezclándose ahora con unos pasos ya cercanos, alguien se asoma y toca levemente el cristal. Levantas la cabeza y tus ojos en un instante son un espejo fiel de sorpresa y deseo. Ya en pie vas hacia la puerta con los brazos abiertos, él pasa elegante con el sombrero en la mano y una sonrisa cómplice.
Yolanda Tejero
No hay comentarios:
Publicar un comentario