sábado, 3 de septiembre de 2016

Poema de Wislawa Szymborska





Despedida de un paisaje - 1993




No le reprocho a la primavera
que llegue de nuevo.
No me quejo de que cumpla
como todos los años
con sus obligaciones.

Comprendo que mi tristeza
no frenará la hierba.
Si los tallos vacilan
será sólo por el viento.

No me causa dolor
que los sotos de alisos
recuperen su murmullo.

Me doy por enterada
de que, como si vivieras,
la orilla de cierto lago
es tan bella como era.

No le guardo rencor
a la vista por la vista
de una bahía deslumbrante.

Puedo incluso imaginarme
que otros, no nosotros,
estén sentados ahora mismo
sobre el abedul derribado.

Respeto su derecho
a reír, a susurrar
y a quedarse felices en silencio.

Supongo incluso
que los une el amor
y que él la abraza a ella
con brazos llenos de vida.

Algo nuevo, como un trino,
comienza a gorgotear entre los juncos.
Sinceramente les deseo
que lo escuchen.

No exijo ningún cambio
de las olas a la orilla,
ligeras o perezosas,
pero nunca obedientes.
Nada le pido
a las aguas junto al bosque,
a veces esmeralda,
a veces zafiro,
a veces negras.

Una cosa no acepto.
Volver a ese lugar.
Renuncio al privilegio
de la presencia.

Te he sobrevivido suficiente
como para recordar desde lejos.


Wislawa Szymborska




miércoles, 17 de febrero de 2016

Buenas noches



Una canción especial, y una letra aún más, por Nina Simone:

Escúchalo en Spotify


I Am Blessed

I who never had much I now have a treasure
A love too great to measure
I am blessed with happiness
And I'm done with loneliness

I who walked all alone
Not really knowing
Till now just where I was going
I am blessed because this day
You came show me the way

Till now I was like a grain of sand
Lost on a lonely beach
Yes till now I could never understand
That this was within my reach

I who cried to the moon see only sunshine
Because darling you're mine
I am blessed with wealth untold
A love worth more than gold

Bennie Benjamin / Sol Marcus
© Warner/Chappell Music, Inc, Universal Music Publishing Group





Y además, un poema de Alexandr  Pushkin:

Ya vague por las calles bulliciosas...































Ya vague por las calles bulliciosas,
ya penetre en el templo populoso,
ya me rodeen alocados jóvenes,
en mis ensueños sigo estando absorto.

Me digo: pasarán raudos los años
y por muchos que aquí nos encontremos,
todos iremos a la eterna fosa
y para alguno ya llegó su tiempo.

Cuando contemplo el roble solitario,
este patriarca de los bosques -pienso-
sobrevivió al cruel siglo de mis padres
y sobrevivirá a este siglo nuestro.

Cuando acaricio a una tierna criatura
pienso que es hora ya de despedirme:
te cedo el puesto, florecer te toca,
y para mí ya es hora de pudrirme.

Cada día que pasa, cada hora,
me he acostumbrado a ejercitar la mente,
e intento adivinar cuál de entre ellos
será el aniversario de mi muerte.

Y ¿dónde me enviará la muerte el Hado?
¿En la guerra, en la mar, como viajero?
¿O si acaso será, el valle vecino
el que reciba mis helados restos?

Y aunque para mi cuerpo inanimado
dónde se descomponga igual le sea,
yo, más cercano a mi solar querido,
de ser posible, reposar quisiera.

Y que a la entrada misma de mi tumba
una juvenil vida jugar pueda,
y que Naturaleza indiferente
con su eterna hermosura resplandezca.


Alexandr Pushkin
Versión de Eduardo Alonso Duengo

sábado, 16 de enero de 2016

En aquel tiempo



Me despido de la noche, con este poema de Manuel Alcántara:




En aquel tiempo

Yo tuve el corazón capaz de lluvia.

Ocurría febrero con sus alas
y el tiempo digital nos puso juntas
las manos y los ojos y los cuerpos:
toda la tierra que el amor excusa.

Igual que el viento en las banderas altas
se comportó en nosotros esta música.

Me fui quedando acompañado y cierto,
entendido en los bosques de mi jungla,
leñador orgulloso de raíces
que no debieron nunca estar ocultas.

Lo de siempre se puso a ser distinto:
el mar entero cupo en una urna,
el hielo de los vasos provenía
de una lejana nieve, nuestra y única,
mis manos migratorias se quedaron
a vivir en tu tierra más profunda
y en mi boca, de siempre descontenta,
dimitían de pronto las preguntas.

Presenciadas por dos cambian las torres,
la muerte aplaza sus gestiones últimas
y estar vivo se agita y condecora.

Manuel Alcántara


lunes, 11 de enero de 2016

Pisos baratos









Publicado por el Ayuntamiento de Getafe en el libro de relatos
"Siete ciudades contadas... y un lugar de la Mancha",
los autores éramos los componentes del Taller
de Creación Literaria de Getafe Norte en 2015.






No es un pasatiempo, ni una manía cualquiera, buscar pisos forma parte de la vida de Germán. De camino al metro coge papelitos pegados a las farolas con números de teléfono, en el vagón hojea el periódico gratuito que alguien deja en el asiento, en el despacho bucea en los anuncios por palabras. Solo busca los más económicos, las gangas del mercado, invierte mucho tiempo para elegir lo mejor y filtrar lo que le interesa, es un especialista. 

Germán Palomares, ya tiene cumplidos los 55 años, funcionario del Ministerio de Justicia, soltero y sin hipotecas, único heredero de su corta familia, sin grandes ni pequeños vicios. Un buen hombre que siempre pasa desapercibido, compra pisos baratos que lava la cara, adecenta y después alquila.

Ya tiene tres pequeños apartamentos. Se ilusiona pensando que en poco tiempo vivirá de "las rentas". Ya no es un sueño, es el resultado de su constancia en la búsqueda de las gangas escondidas.

Hoy tiene una cita. En el "Segunda Mano" ha visto esta mañana, un par de pisos en una de las calles traseras de la Gran Vía. Edificios viejos y destartalados, que se dejan morir un poco cada día que pasa. Ha quedado a las 16.00h con el empleado de la Inmobiliaria. Sale del Ministerio con tiempo suficiente para dar una ojeada por la zona. Llega a la calle Desengaño, es una calle estrecha, sucia, gris, el sol se cuela con dificultad, desprende olor a orines viejos desde cada rincón, la fauna que deambula por las aceras unos le miran desafiantes, otras solo derrotadas.

Se para en el número 10 de la calle, el portal está sucio, a través de los cristales se deja ver un pequeño chiscón que en otro tiempo albergó probablemente la portería. El representante de la inmobiliaria aún no ha llegado, aún faltan diez minutos para la hora acordada. Sin cruzar la acera, busca el número 13, donde se sitúa el otro piso que también se anuncia. La finca parece un poco más moderna.

Ensimismado en sus comparaciones, vuelve a la realidad cuando siente unos golpecitos en su espalda, se gira y ve detrás de él a un hombre bajito, de aspecto pringoso, opaco. Viste un abrigo negro pardusco, regado de caspa vieja. Tiene una mirada torva, un cuerpo decadente y con un ademán nervioso restriega sus manos sin parar.

Olegario Giráldez, representante de la Inmobiliaria "Tu morada Ideal" le extiende su mano sudada y blanda que Germán no puede evitar y le corresponde con un breve y asqueado apretón.

El aspecto de este hombre le delata y anticipa que algo esconde. No es un empleado de la agencia, realmente es el dueño de un exiguo negocio que conoció tiempos mejores. Ahora pasan largos meses sin alquilar o vender ni una sola casa. Está asfixiado de deudas, repleto de vicios a los que no puede renunciar ni al juego ni a sus amigas de pago y no le queda un solo fiador en toda la ciudad.

Vuelve a fijar su mirada hosca en Germán, fuerza una sonrisa pegajosa y le bisbisea un "vamos… pase por favor" a la vez que empuja la puerta de hierro. Entran en el desvencijado portal. No hay muchas señales de vida vecinal, los cubos de la basura están vacíos pero inmundos, los buzones destartalados dejan asomar publicidad amarillenta.

El ascensor no funciona, deben subir por la escalera el apartamento esta en el cuarto piso, el cansancio asciende de piso en piso, los dos hombres ya no son jóvenes. No hay ningún felpudo con aspecto hogareño, los que quedan están viejos y rotos, la mayoría ya no están. Las puertas, el suelo, la barandilla están cubiertas de polvo. Germán observa detenidamente cada puerta, los descascarillados de las paredes, los hierros oxidados, las baldosas rotas, el edificio lleva tiempo inhabitado, son detalles importantes a la hora de negociar el precio.

El barrio está poblado de prostitutas, inmigrantes sin papeles, marginales, probables clientes de alquileres a corto plazo, suciedad garantizada. El pago por adelantado, si hay problemas, sabe anticiparse, conoce bien a este tipo de gente.

Giráldez, sigue los movimientos de Germán de reojo, todos sus gestos, donde clava su mirada, sabe que no será fácil vender la casa. Procura disimular su desazón.

Por fin acceden al cuarto piso, la vivienda en venta es la puerta “C” tiene un felpudo de caucho negro sucio y pardusco, prueba que no hace demasiado tiempo aun alguien entraba y salía a menudo del 4º C. El hombre viscoso mete la llave en la cerradura y la gira sin dificultad, la puerta se abre con un débil chirrido e invita a pasar a su posible cliente.

El apartamento está casi vacío unos pocos trastos viejos, en trance de embalaje o deshecho, para sacarlos de la vivienda. Un pequeño pasillo hace de distribuidor la cocina de unos 6 metros solo tiene un hornillo encima del viejo fogón de carbón y leña, una pila grande y un armario alacena colgado en la pared de enfrente. A la entrada de la cocina un habitáculo con un inodoro y un minúsculo lavabo, para tener una pequeña ducha habría que recurrir algún mago, encima de la pila hay una ventana con rejas que da a la escalera.

Al final del pasillo un saloncito de unos 10 metros poseedor de la única ventana que se asoma a la calle Desengaño. Al lado izquierdo se aloja la habitación principal con puerta pero sin ventana, a lo alto un respiradero forrado de alambrada que deja pasar un poco de aire desde la ventana del salón.

La puerta es hermética, en la habitación aun descansa un somier de muelles desvencijados y un par de mesillas a medio desmontar.

Después del breve vistazo Olegario Giraldez cierra con llave la habitación. El salón es casi luminoso se puede aislar cerrando la puerta del dormitorio y la del pasillo. La estancia está completamente vacía, ahí no han olvidado ni una maldita silla. El vendedor no ceja su verborrea escupiendo las virtudes del pisito que ni en sueños podrían tener lugar. Germán empieza a rechazar tanta ventaja y procura negociar a la baja el precio del inmueble, le recuerda que en frente hay otro piso en venta, que quiere verlo.

Olegario Giráldez cada vez más nervioso presiona, insiste en la situación céntrica, en las posibilidades de mejora del pequeño antro. Quiere desviar la atención sobre el piso del edificio de enfrente, no puede mostrarlo es impensable. No puede llevarle a esa casa. Deja de escuchar las preguntas del posible comprador, la insistencia, el empeño en bajar el precio, ve como pierde su última expectativa.

Empuja fuertemente a Germán y cierra la puerta del pequeño salón, presiona contra ella todos los trastos que encuentra a su paso. Es un acto a la desesperada, solo quiere conseguir dinero, tapar sus promesas incumplidas, sus pozos negros sin fondo. Ahora este desgraciado no quiere comprar, pero es cuestión de tiempo encerrado en esa habitación vacía, sin luz, sin agua, sin nadie que escuche sus gritos, para que decida ser el primer vecino de una comunidad fantasma, como en una pesadilla cada día le visitará hasta hacerle comprender.

Germán Palomares, grita, le amenaza pero es inútil, en unos minutos oye cómo se cierra la puerta de la calle. El golpe seco y un extraño eco rebota en la pequeña estancia y él siente un miedo frio que le invade completamente. Golpea la puerta, patea con todas sus fuerzas, no hay nada a su alrededor. Se va hacia la ventana está encajada, la madera se ha hinchado, le resulta imposible abrir.

Se asoma, la tarde cae, la luz es cada vez más débil, mira hacia el edificio de enfrente y choca contra una silueta que sostiene algo y a la vez lo mueve, brilla débilmente. Observa y ve pegada al cristal de la ventana una mujer desesperada con el maquillaje descompuesto, los ojos ribeteados de rímel corrido, los labios descoloridos de carmín barato, el pelo seco y enredado, la ropa rasgada y en sus manos temblorosas sujeta una pizarra blanca:





- OLEGARIO SOY PROSTITUTA- NECESITO EL DINERO-


Germán, entiende que la mujer de enfrente forma parte de los personajes habituales del barrio, alguien a quien Giráldez ha despreciado y encerrado por no prestarle quizá sus favores, quizá por no pagar el alquiler. Siente todo su asco de golpe en una seca nausea al recordar el aspecto del personaje, su pegajosa cobardía. Recuerda que está solo en el edificio, de golpe toda la angustia, la soledad, el frio, la suciedad, el sinsentido de buscar pisos baratos, el hastío y la impotencia de una vida gris de funcionario resignado.


Yolanda Tejero








Poema de Ashraf Fayadh






Lo acabo de leer, en el Blog de la Mirada Malva, y no puedo dejarlo escapar, os lo dejo aquí, para compartirlo, es una fotografía de emociones.












¿Cuál es tu idea sobre los días que habitualmente paso sin ti?
sobre mis palabras que rápidamente suelen evaporarse
y sobre mi fuerte dolor
sobre los nudos que se han posado en mi tórax como algas desecadas.

Olvidé decirte... que en el sentido práctico de la palabra
me he acostumbrado a tu ausencia
y que mis deseos han perdido su camino a tu añoranza
¡y que mi memoria ha empezado a corroer!

Y eso que aún persigo la luz, no porque quiera ver; la oscuridad siempre asusta
¡incluso cuando nos acostumbramos a ella!


Ashraf Fayadh

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De "Instructions Within", Beirut, Al-Farabi, 2008 - Traducción: Germain Droogenbroodt – Rafael Carcelén 

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Ashraf Fayadh (1980) es un artista y poeta hijo de refugiados de la Franja de Gaza en Arabia Saudí. Allí ha organizado numerosas exposiciones y también en Europa. En 2015 los tribunales saudíes le condenaron a muerte por apostasía. Entre las pruebas utilizadas para condenarle figuran algunos poemas de su obra Instructions Within. A causa de la presión de la opinión pública internacional, finalmente la pena capital fue conmutada por muchos años de cárcel.

viernes, 8 de enero de 2016

El hada, el gusano y... el científico negro


Hace un par de horas que corro sin rumbo y todo lo aprisa que me permiten estos tacones absurdos. Son ya las dos de la madrugada. La ciudad está ciega. Sólo algún relámpago alumbra las calles, de cuándo en cuando.

Esta noche la tormenta es débil. Los acumuladores solo retendrán en sus cofres oxidados el resto de la energía de los rayos caídos. Se agotan las reservas. La supervivencia es ardua.

La gran nube  sigue cubriendo el cielo. Siempre está ahí, oscurece el mundo desde el 16 de mayo del 3025. Fue el día de la gran explosión, lo guardo en mi memoria, aunque yo no existiera aun. Ese cumulo teñido de gris, impide que asome el Sol por el día, que iluminen las estrellas por la noche, como en un otoño eterno.

Estoy acercándome al Ascensor de Santa Justa, solo queda la estructura de hierro, no funciona. Sigo tropezando con escombros, restos de coches. La niebla lo empapa todo. Resbalo en los adoquines oleosos y brillantes. Quiero llegar a la desembocadura del Tajo, adivinar el mar. Sentarme en los escalones cerca de la Plaza del Comercio y seguir huyendo.

El científico Negro siente su ciudad, Lisboa  su destrucción, como la muerte del amor único. Se quedó huérfano, cuando todo explotó. Ya no tiene su lugar en el mundo, su hogar está  devastado. Solo le quedan los recuerdos. Él, me los transmite día y noche para que los almacene en mi memoria. En ella guardo, calles, iglesias, bares, tiendas, el mar, el Río, los puentes, las plazas, los tranvías, los jardines, los olores…  Puedo reconstruirla piedra a piedra.

Sì, estoy huyendo de él, de su guarida en un caserón del Chiado. Él, un ser brillante, admirado y respetado por la élite científica mundial y ahora dedicado a inventar elementos básicos para sobrevivir a la debacle, de la soledad,  del hambre, la enfermedad y la desolación.

Yo soy su invento más preciado, soy un Hada Sintética. Allí en su exiguo laboratorio me creó. Reunió restos de chips, memorias perdidas, cables, silicona, cristales. Logró conjugar la electricidad, el plástico fino, el polvo de huesos, algunas vísceras liofilizadas, algún retal para vestirme. 

Con todo esto resulté ser un buen reflejo femenino. Unas largas piernas,  unas manos suaves para la caricia, una piel casi humana, un cuerpo pensado para el abrazo,  unos oídos receptores, unos ojos atentos, un cerebro con muchos gigas.

Soy un ser paliativo, ideada para consuelo de los humanos supervivientes de la hecatombe, seres amputados, solitarios con recuerdos o amnésicos, sobrados de sufrimiento. 

Vivo con el Científico Negro y guardo sus pensamientos, sus recuerdos, a veces sus malos modos, otras sus largos silencios. 

Dice que fui creada para sustituir a los Angeles que abandonaron el mundo después del desastre. Pero solo soy moneda de cambio para conseguir su alimento, o su ropa o su material de inventor loco, por conceder algún deseo de Hada Sintética a los humanos grises que se acercan a su guarida. Son muchos seres perdidos, solo para mí. Ya está recopilando material para crear más Hadas.

Me hablan de sus vidas, de sus perdidas, de sus amores, de sus hijos, de sus padres, de sus pueblos, me cantan viejas canciones. De todo eso que ya no tienen. El dolor que escapa de sus palabras y de sus corazones, se instala en algún rincón de mi cerebro artificial. A veces colmo su deseo, y sigo recolectando sentimientos que no soy capaz de reproducir.

Cuando estoy sola, recupero los recuerdos ajenos y vuelo a los lugares soñados. Ellos los llaman  "Paraísos Perdidos". Yo aun no sé como llamarlos.

Estoy andando por la casa y sin querer piso un pobre gusano. Quedan muy pocos seres vivos. El pobre bicho se retuerce mientras se sigue arrastrando.

Siento un temblor intenso, muy raro. Tengo una extraña sensación en la zona del pecho. Parece que mis vísceras liofilizadas se esponjan y se retraen. Por la nariz se me escapa un hilo de aire cálido, ellos lo llaman respiración.

El gusano sufre. Ya no se arrastra por el suelo sucio. Yo no puedo hacer nada por él. Lo guardo en mi bolsillo.

Mi visión es borrosa, siento una humedad extraña en la zona de mis mejillas. Me miro al espejo, hay dos gotas de agua que se escapan de mis ojos. Mi amplia memoria les pone nombre: "lágrimas". Sigo temblando, no puedo controlar mi cuerpo. Se escapan unos sonidos extraños, estoy llorando.

Miro la habitación donde duermo, la sala donde el científico trabaja. Me ahogo y solo pienso en escapar de la guarida.¿ Es raro? ¿Es bueno? ¿Es malo? No sé… ¿Despierto de un sueño? Visito mi memoria buscando palabras para definir estas sensaciones. Me asfixio. No encuentro el nombre exacto, de lo que necesito. Me dejo llevar.

Abandono al científico Negro. Voy hacia la desembocadura del Río. Intento buscar la salida al Atlántico sueño con cruzar y llegar al bosque de Arrayanes. De todos las imágenes de lugares ajenos es el que mas me acerca a la paz. Ver las sombras que los rayos del sol dibujan entre los arboles, sentir su calor, estremecerme con el frío de la noche.

Con esta esperanza, acelero un poco más el paso. Oigo los latidos rápidos y rítmicos de mi víscera principal, pienso en un nombre de mujer para mí, …ya no soy un Hada Sintética.

Yolanda Tejero 



Vacíos


Tenía en la nevera sólo un yogur y estaba caducado. La mujer sujetaba la puerta, mientras el olvido lo inundaba todo empañando la realidad.

A veces llamaban al timbre y aparecía gente conocida y en su mente se encendía una luz. La vida casi volvía a la normalidad hasta que anocheciendo, se ponían el abrigo y se marchaban entonces la casa se llenaba de ausencia. 

Mientras el tiempo se pasaba tropezando entre borrones, su vida se desbordaba de nada.

Ella necesitaba sus dosis de recuerdos pero se le escapaban sin remedio cada día más deprisa.  

En pocos meses su cabeza y su vida se quedaron vacías y en un suspiro se le murió el alma. 


Yolanda Tejero